En las cumbres de Sierra Nevada hay una planta endémica, única en el mundo, con una asombrosa capacidad para aliviar los retortijones más intensos y hasta las punzadas de los tumores y el cáncer. Los lugareños la llaman la hierba del mayor dolor y la llevan usando desde hace siglos. Como también las hierba de las fiebres de malta o la piel de león, que trata los dolores renales. Eso es lo que ha descubierto un equipo de Biología Vegetal de la Universidad de Granada: el gran número de plantas medicinales que hay en la Alpujarra y que están a punto de ser borradas de la tradición popular por las embestidas de la modernidad.
El uso de las plantas como medicinas o cataplasmas es tan antiguo como el hombre. Aún hoy, en Granada, en los aledaños de la catedral, pueden contemplarse vendedores ambulantes con sus sacos de valeriana, zahareña o condimentos para cualquier clase de remedio. Muchos son efectivos, de otros está científicamente comprobado su valor analgésico o curativo. Pero el progreso, la idea de que lo que es de campo está pasado de moda, va a hacer que en una sola generación se pierda por completo una memoria milenaria. «Hay una sabiduría popular que está a punto de perderse», afirma Reyes González, directora de un proyecto de recuperación del conocimiento popular sobre las plantas en la Alpujarra y Honduras, «porque se sustenta en una tradición oral que, con las generaciones nuevas, está desapareciendo». «De las plantas y sus usos ya sólo saben los más ancianos del pueblo».
En 1984, el departamento de Biología Vegetal inició un plan para rescatar el saber tradicional en el uso de las plantas, tanto en el aspecto medicinal, alimenticio, artesanal o textil como en el de las creencias, fiestas y celebraciones religiosas. Los hallazgos fueron, cuando menos, curiosos. «Todo parece aleatorio, pero en el fondo, cada costumbre o uso tiene su razón de ser», dice González. «Y desde luego muestra la riqueza de una cultura propia».
En los últimos años, el equipo de investigación, en el que también están integradas Ángeles Castillo, que trabaja en Honduras, y Amalia Martínez, tuvo constancia de cómo cada pueblo siempre tiene a mano algún remedio botánico. «Hay conocimientos que son de una zona», subraya Ángeles Castillo, «y no valen para otra». Ello se debe, agrega, a la especificidad de cada planta. «En Honduras, por ejemplo, la altísima humedad hace que la gente padezca de hongos. Pues bien, allí está también la planta que cura los hongos».
La intención del equipo científico era buscar nuevos recursos, tanto medicinales como alimenticios, para países y regiones en vías de desarrollo que no pueden costear una medicina moderna. Se realizó un trabajo a fondo para entrevistar a los lugareños expertos, catalogar las plantas que usaban, cotejar científicamente si la aplicación que daban tenía de verdad valor. A lo largo del trabajo, descubrieron que en la Alpujarra ya existían semillas de las habichuelas antes de que llegaran de América, las llamadas habichuelas morunas, o que para el tratamiento de malestares por tumores se usaba una planta de Sierra Nevada.
Pero ¿cómo sabe alguien perdido en un monte que una planta sirve para una cosa o para otra? La respuesta es sencilla: «Es milenario», dice Castillo, «y se basa en algo tan simple como prueba y error. Si alguien come algo y muere, nadie vuelve a comerlo. Si lo toma y se cura o se alivia, los demás lo utilizan». «Cuando alguien está perdido en el monte», añade Amalia Martínez, «y se hace una herida o le duele el estómago, recurre a lo primero que puede: descubre que la zahareña alivia la úlcera, o que la raíz de palominos cicatriza la herida». «Hay algo curiosísimo», comenta González, «y es que en los pueblos ya existen remedios para enfermedades relativamente modernas, como el colesterol o el azúcar».
Fue la época de la posguerra la que más avivó el conocimiento popular sobre las plantas. La escasez de alimentos hizo que la gente recurriera a todo. De ahí surgieron platos con cardos, o bledos, o collejas, condimentos que se asociaban a la más extrema pobreza. «Y hoy, sin embargo», sentencia González, «son platos que están considerados exquisitos, como de gourmets».